AdN, octubre 2024
Óscar Montoya confirma con Murciélagos blancos una de las propuestas más personales, divertidas y geniales de la literatura española contemporánea.
Una crónica hilarante a ratos, emocionante siempre, en la que nada es lo que parece, y cuya trama ahonda en reflexiones sobre la adolescencia, la emigración, la corrupción rampante de los adultos y el poder transformador de las palabras.
En Murciélagos Blancos (AdN, Grupo Anaya) Óscar Montoya nos lleva Cuevas del Río (Granada), al año 1987.
Lucas, Gloria y María Celeste son tres chavales que tienen una curiosa costumbre: cada vez que coinciden se acuestan juntos en la misma cama de una cueva –la vivienda soterrada típica del pueblo− y se cuentan historias de miedo.
Sin embargo, sus historias van a dejar de ser ficción para convertirse de pronto en realidad, al tiempo que ellos –lo quieran o no− se verán obligados a crecer y a enfrentarse a la ambición, las corruptelas y las bajas pasiones de los adultos de su pueblo.
La prosa de Montoya fluye de personaje en personaje para presentarnos el coro de figuras que convertirán Cuevas del río en un trasunto de Puerto Hurraco cuando la familia más peligrosa del lugar reaparezca y las heridas provocadas por unas tierras expropiadas para construir un pantano se reabran.
Las rencillas y la desconfianza aflorarán a través de un crescendo trepidante donde a medida que se suceden las revelaciones de secretos, crece también la oscuridad. El lector se encamina a un final orquestal y perfecto que no lo dejará indiferente.
Murciélagos blancos descompone con humor, ternura y lucidez la España rural –a veces añorada− de finales de los ochenta.
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