Ingenio de Comunicación, septiembre 2021
La púa del rastrillo de Víctor Català, once cuentos que recorren la obra de Caterina Albert.
El cuento que da título a la antología, «La púa de rastrillo», redime siglos de violencia masculina sobre la mujer, su protagonista es una joven a la que han intentado violar: la púa de un viejo rastrillo se convierte en arma de autodefensa contra el agresor.
Esta antología propone un recorrido por la narrativa de Víctor Català a través de once cuentos que abarcan medio siglo de escritura, y termina en el lugar donde todo empezó: La infanticida, monólogo dramático en verso, que no se interpretó en público hasta 1967, un año después de la muerte de Caterina Albert y un año antes de la Revolución de Mayo del 68.
Caterina Albert. Nace (1869) en el seno de una acomodada familia de propietarios rurales. En vez de resignarse al destino previsible para las mujeres de la época (matrimonio y maternidad), nunca se casó y se entregó a actividades artísticas como la pintura, la escultura y la escritura.
Se estrenó públicamente con La infanticida, monólogo dramático vetado por el mismo jurado que lo había premiado al descubrirse que había sido escrito por una mujer. Para defender su libertad artística, Caterina Albert asumió el pseudónimo de Víctor Català, que ya nunca abandonó. La publicación de Dramas rurales (1902) abrió su época dorada como escritora, que culminará con su obra maestra, Soledad (1905), considerada una cumbre de las letras catalanas. No cesó de escribir hasta los ochenta años. Sus siete colecciones de cuentos abarcan tres guerras, dos dictaduras y una república con su amplia galería de ventajistas y desposeídos. Su novela Un film (3.000 metres), ambientada en los bajos fondos de Barcelona durante la belle époque y vilipendiada por la crítica por «populachera y errónea», se reeditó por primera vez en 2015 y fue uno de los libros más vendidos de Sant Jordi. Desde entonces, Club Editor ha recuperado el conjunto de su narrativa, una nueva generación de autoras la reivindica como matriarca y se preparan nuevas traducciones fuera de España.
Víctor Català. Es una de esas grandes inventoras de lenguaje que el canon contemporáneo no puede ignorar. Atrapada en el auge del catolicismo y el anarquismo, su respuesta fue: «La más bella y decorativa de las teorías no puede nada contra la realidad de los actos».
En sus cuentos, pasea los ojos por los rincones más oscuros y se sirve de todos los diamantes de la lengua para contar las mil y una formas que toma la violencia en la sociedad que conoce. La nuestra. Los títulos hablan por sí solos: «La explosión», «Parricidio», «Agonía»… Algunos disimulan: en «Carnestolendas» estalla el amor lésbico.
Pionera y antigua, digna como nadie del epíteto original, sería el autor de cabecera de Flannery O’Connor o Alice Munro si estas grandes damas del ruralismo hablasen catalán. Najat El Hachmi, quien sí la ha leído a fondo, dice: «La brutalidad del mundo rural es parecida en todas partes, la violencia contra las mujeres, también. Escribir también es derribar las leyes del silencio que las esconden».
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