Ridmi, de Rita Tapia Oregui, es una novela que gira en torno a las repercusiones que comportan las tecnocracias y, más concretamente, acerca del dilema que se le plantea a la protagonista tras ser elegida para participar en un programa gubernamental diseñado para agilizar la elaboración y expedición de leyes, porque incidir en lo que nos debiera compensar rescatar de lo que nos diferencia de la máquina conlleva poner nuestra comparativa precariedad de relieve.
De esta novela se ha dicho que era incendiaria ya que es una sacudida a todo aquel que esté aletargado por todo lo que nos rodea. Si piensas que es solo una novela para el entretenimiento deberías saber que no es así.
Puede que en un principio no conectes con el pensamiento de su autora pero no deberías abandonar su lectura, aunque solo sea para saber que es lo que te quiere contar, porque seguramente, sin tardar mucho, te veas atrapado por su lectura hasta el final.
Ridmi, de Rita Tapia Oregui, es una novela de las que deja huella, por descolocante e incómoda, incluso, en ocasiones. Es una novela provocativa, sin pelos en la lengua, que muestra una imagen descarnada del futuro que nos espera.
Si hubiera que describirla en una frase, diría que se trata de un thriller político ambientado en un futuro próximo en el que la inteligencia artificial está presente en todos los aspectos de nuestro día a día. Por momentos, recuerda a Un mundo feliz o a 1984. Lo que más me ha enganchado a mí, no obstante, son las historias que unen a los personajes, que se hallan inmersos en una sociedad diseñada para ser perfecta y pulcra, y que, con todo, se acaba evidenciando salvaje. Son personajes complejos, con los que no siempre resulta igual de fácil identificarse, porque a veces le devuelven a uno la cara más hostil de la naturaleza humana.
Ana, nuestra protagonista, es una congresista antisistema que ha sido elegida para participar en un programa piloto del gobierno para la agilización del proceso de creación de leyes. Es una mujer valiente y apasionada que lucha por dejar tras de sí un mundo habitable en el que se pueda seguir soñando con un futuro. En el mundo en el que impera lo virtual, resolver en quién confiar no es, con todo, coser y cantar. Sobre todo, cuando equivocarse se ha convertido en inconcebible y enteramente inasumible.
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