Los rabinadianos se unen para reivindicar el legado literario de Antonio Rabinad

Los rabinadianos se unen para reivindicar el legado literario de Antonio Rabinad. Autor de culto considerado uno de los mejores cronistas de la Barcelona de posguerra.

La familia del escritor  y un grupo de lectores y lectoras rabinadianos, hicieron en Sant Jordi una celebración muy especial, marcada por la reivindicación, la emoción y la memoria. El objetivo de la campaña fue recuperar su legado literario y reeditar para las nuevas generaciones la obra de este autor de culto injustamente olvidado, con motivo del centenario de su nacimiento, que se celebrará en 2027.

Para algunos Antonio Rabinad sólo fue un librero (que no es poco). Para otros, un bibliófilo y hasta hay quien diría que un bibliómano: apuntalaba las paredes de su casa y su estudio con libros sin dejar un solo hueco. Para los estudiosos de su obra, Rabinad es uno de los mejores cronistas de la Barcelona de la posguerra, un escritor de los márgenes que dio voz a los olvidados y retrató como nadie la grisura de la sociedad de los años cuarenta y cincuenta. Para los rabinadianos fue un auténtico ‘hacedor de páginas’, apelativo tomado del título de su último libro y con el que les gustaría que se le recordase. Pero fue también editor, traductor, guionista y productor de cine y televisión.

En Sant Jordi se invitó a ‘descolgar’ sus recuerdos prendidos en los hilos de la memoria, en alusión a un símbolo usado en uno de los pasajes de su icónica novela Los contactos furtivos. De 11 a 19 h, la parada ubicada en el cruce de las calles Urgell y Tamarit, junto al Mercat de Sant Antoni, donde durante años Rabinad tuvo la suya, se convirtió en un punto de encuentro para el recuerdo; donde se leyeron fragmentos escogidos de su obra y se recordaron anécdotas. Todos los rabinadianos se llevaron un libro suyo de regalo, porque la mejor forma de celebrar su vida y obra es leerlo.

De familia aragonesa, nació en el barrio barcelonés de El Clot, en 1927, y abandonó los estudios muy pronto para empezar a trabajar. Le gustaba explicar que con el primer sueldo de oficinista se compró una máquina de escribir Hispano Olivetti y con ella escribió: «Ser escritor es lo más importante que se puede ser». Publicó sus primeros cuentos en la revista Destino y a los veintidós años escribió su primer libro, Los contactos furtivos, con el que inició la pentalogía Un reino de ladrillo. Aunque mereció el Premio Internacional de Primera Novela de la editorial José Janés, en 1954, con un jurado integrado por Somerset Maugham, Eugenio D’Ors y Wenceslao Fernández Flórez, no se publicó hasta 1956, pero una versión recortada por la censura franquista. No fue editado íntegramente hasta 1985 (Bruguera) y 2016 (Dirección Única), con las notas e informes de los censores.

Escribió novelas imprescindibles para entender la guerra civil y la posguerra: El niño asombrado, Los contactos furtivos o Memento mori, y otras, que son puro artefacto literario como El hacedor de páginas. Compartió agencia literaria (Carmen Balsells) con autores del boom latinoamericano como Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa, con los visitó alguna vez Bocaccio, el punto de encuentro de la gauche divine. Además, tradujo por primera vez al castellano Las cartas a Theo de Vincent Van Gogh.

Además, fue guionista de películas como Libertarias, basada en su novela La monja libertaria, y Tiempo de silencio, y productor de Fata Morgana; las tres dirigidas por su amigo Vicente Aranda. Escribió también para la televisión varios guiones de la serie La huella del crimen, emitida por TVE en los años 90. Durante sus últimos años fue librero apasionado en el mercado dominical de Sant Antoni y falleció en 2009.

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