Hasta la muerte lo sabe

Universo de letras, agosto 2024

Hasta la muerte lo sabe, la poderosa novela que desnuda los límites del amor… en la sociedad mexicana

La Editorial Universo de Letras pone en el mercado la nueva obra de Araceli Anguiano García (México, 1963), una inquieta intelectual que gusta de confrontar los roles del mundo en el que le ha tocado vivir, en especial los de la mujer

«Soy amante de la alegría y me tomo la vida como una aventura para contar. Me gustan las historias que llegan a mis oídos y disfruto plasmarlas en papel para propiciar la reflexión, el análisis y el entretenimiento». Son palabras literales extraídas de un libro que ha irrumpido en el mercado literario para funcionar como un aldabonazo que despierte conciencias aletargadas y que surge para responder a la gran pregunta: ¿cuáles son los límites del amor?

Como si de una tragedia de shakesperianas hechuras se tratase, Araceli Anguiano García se ha confirmado como toda una alquimista del relato con una obra donde los guiños al realismo mágico se actualizan con una mirada contemporánea y alejada de lo políticamente correcto sobre las usanzas de una sociedad, la mexicana, en la que urge dar una vuelta al papel de la mujer y a la necesidad de su empoderamiento.

La trama es todo un festín literario, un ejercicio de funambulismo del que la autora sale airosa. Hay que destacar el personaje de Silvia (cuya voz narradora combate con una omnisciente en un inteligente juego de metaliteratura), que ha sido cincelado para erigirse en inmortal. Quizás, todo un icono de la suerte del destino y de la capacidad real de la mujer para poner pie en pared en relación con las mentiras que se arremolinan en torno al sentimiento que hemos dado en llamar amor… y que tantas veces acaba coqueteando con la muerte, cuando vienen mal dadas.

Antes de cerrar esta nota de prensa, no está de más paladear la potencia de una prosa que echa raíces en la historia, gracias a una documentación de primera: «Se le apareció nuestra amada madre a un indito, por allá de 1530. Juan Diego, que así le llamaron, subió a un cerro llevando flores porque se lo pidió la madrecita de dios, y cuál fue su sorpresa que se le pintó su ropa con la imagen de la virgen morena. ¡Ah!, pues no había duda entonces: todos éramos hijos de su dios, como lo habían venido diciendo». Lo dicho: las cartas quedan boca arriba, será el lector el que juzgue de qué parte está la razón moral. Estamos ante una novela memorable.

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