Rimpego, abril 2024
Mar nuestro, de Miguel Díez Rodríguez, una singladura literaria.
Quizá no haya marco literario tan inspirador como el mar. E inabarcable, porque si Baudelaire quedaba hipnotizado por el “ritmo y belleza” de las olas, Conrad se espanta con el “tenebroso y tremebundo” suspiro de la noche; si Lawrence lee en los turquesas el “circuito de la civilización”, a Verne, esos mismos colores, le advierten de las “aguas tranquilas” para navegar; si Poe enfatiza el “aullar, y el tronar del océano”, Melville utiliza “los vuelos de las inquietas aves grises” para atemorizar al lector; si Cunqueiro comprueba que los “vientos no oyen la voz del hombre”, Pérez-Reverte sentencia: “en el Mediterráneo no veo una playa o una torre de apartamentos, estoy viendo a Ulises, el mar de Homero, las naves turcas”.
Claro que para llegar hasta aquí, Miguel Díez Rodríguez —el “viejo profesor” le dicen alumnos e íntimos— ya ha surcado el Mare Magnum con fenicios, griegos y romanos, hurtándoles por el camino toda la sabiduría de la que fue capaz. Bien se subtitula este libro como una singladura, literaria.
Y siendo el documentado ensayo de un erudito (uno de los más destacados estudiosos del relato corto en castellano), no se concede una sola presunción, porque Miguel Díez escribe para seducir, para contagiar al lector su amor por el mar y los libros. Nos pone en antecedentes de las primeras manifestaciones de la literatura en el Antiguo Egipto, pero también de las conquistas técnicas de los árabes; o rebusca en los libros sagrados de los hebreos, y persigue su influencia en los clásicos grecolatinos. De esta forma, a medida que sirve selectos manjares literarios, completa una suculenta historia del Medi Terraneum (y otros mares) como cuna de civilizaciones y autopista de intercambios culturales.
Contiene el libro alguna sorpresa que el lector sensible percibirá como regalo: una traducción original del célebre poema de Kavafis, “Ítaca” (realizada a medias con el carpintero, y helenista, que montaba las estanterías en casa de Miguel); sendos textos inéditos de José María Merino y Pablo Andrés Escapa, auténticos maestros de relato corto; una selección de las greguerías de Gómez de la Serna centradas en el océano…
Una contenida y sensual heterodoxia fuerza la convivencia de textos de Darwin o Cousteau con las letras de Serrat o Krahe. No sorprenda, porque la mirada del “viejo profesor” es apasionada, pero desprovista de cualquier prejuicio.
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