Mercosur, febrero 2020
El sinónimo riesgoso de la literatura es aquél fundado por los poetas rebeldes tejiendo entre sus versos el dolor de los pueblos y la denuncia emergente, proveniente de las injusticias acorralando verbos en la carne social. Desde la Sudamérica herida, más precisamente de Argentina prolífica de rebeliones y luchas populares, la poesía nos llega incendiada mediante la obra de Lucio Albirosa, un poeta sin tregua y con ganas de no callar absolutamente nada.
Desde el barro mismo donde orillan chapas de cartón y paredes de nylon roto, donde la cumbia villera deshoja sueños vacíos de la juventud sin posibilidades ni salidas al futuro, donde la muerte juega su carta de suerte cada noche entre las manos de un arma cargada a decepción y vencidos deseos de progreso; desde ese urbano mundo apartado de la clase alta, vienen los textos de Lucio. Llegan en bandadas cual pájaros buscando reparo al atardecer y postran insomnes e intencionalmente cada verso ante los ojos del lector a modo de garras acechando conciencias ajenas de luz.
Trece libros editados, cientos de columnas publicadas en diferentes medios y el cuerpo desnudo, blanco visible, y expuesto a las balas de la tiranía del poder, son apenas nada para lo tanto ya dicho en páginas formando epitafios inscritos en la calle larga de la injusticia por donde el poeta transita cotidianamente. En su Denuncia en llamas y otras manifestaciones (2017) se puede apreciar la artillería letal de su decir: “Demasiado esquema sin resolver/ destapa desinterés por la matemática/ de un mundo sujeto a máquinas;/ máquinas de tiempo;/ máquinas de crecimiento industrial;/ máquinas de avance tecnológico,/ máquinas de cine manipulador,/ máquinas de lavado cerebral,/ máquinas de tortura y más./ Los buenos, pero pobres, tras/ un paredón clasicista separando/ a la elite del proletariado./ Todos quieren subir, todos avanzan,/ se pisan, se mastican, se devoran./ se matan con o sin razón./ A veces aquí la vida poco importa/ y la furia también es guerra ávida./ Entre tanta carne despedazada y pólvora/ la paz espera su turno indefinido de tratamiento.”, y también esto: “No crece el trigo multiplicador de panes,/ le amputan las piernas al peregrino,/ mañana seguramente habrá más marchas/ en la profunda calle sosiega sin vereda de alivios;/ hay espejos singularmente rotos/ en este campanario desigual de los años./ Este inhumano derecho de vivir/ andando con cruces de polvo sin religión/ y amargura despiadada en la voz,/ indigna, realmente indigna esto/ de necios juramentos y falsos aplausos/ de cobardes de la farsa y el miedo/ en las tribunas tristes de turno/ e innombrables analíticos de un todo;/ estructuran porcentajes, migajas, muertes/ mientras los adioses no cesan en los cementerios/ ni en cada entierro del día después.”
“Lucio es un poeta extraño. No porque no hubiese poetas que denunciaran a los corruptos, o porque tuviesen sentido social. Lucio es un poeta extraño porque a su poética le suma la lírica del compromiso. Y eso señores, no es poca cosa”: dijo Ramiro Padilla Atondo, Periodista de Diario El Vigía de México, sobre la obra de Lucio Albirosa, entre tantos críticos latinoamericanos ofrendando líneas a Denuncia en llamas y otras manifestaciones. No obstante, este guerrero de las letras siguió su marcha por encima de laureles nunca buscados. Así llegó después “El fuego de Juan Desdicha” parodiando incendios vivos, mostrando hondamente la historia de los nadies nunca completada en sus obras
anteriores, debido a su interminable forma sin medición real posible. Juan, Juana, los juanes circundando dieciocho poemas parecieran nunca acabar. Cada párrafo es una queja, un manifiesto duro bajo el nuevo sol, una gota derramada sobre el desinterés de turno y más que eso. Este célebre llama a levantarse vestido de Juan protagonista, lo hace desde muy adentro y se libera en grito, por ejemplo, en la manifestación obrera: “¿Qué harás, hermano mío ahora, le preguntan/ ante el antojo tirano de embestir la patria,/ ante el oprobio que te pisa como hombre/y ante el honor trabajador que te arrancan.’?/ Con sui generis cubierto de iniquidades/ Juan sigue un rastro de la noble dignidad,/ el tren de las demoras se carga cuerpos/ y pasada la medianoche, hay paro nacional./ Hay que encontrarse adentro urgentemente/ caminar hacia afuera, sentir y parar,/ las políticas laborales herejes exprimen/ y el hambre no tiene tiempo para pensar./ Es necesario estar hoy en las calles, revelarse./ escuche los altoparlantes, la queja, los truenos./ Están hartos del sometido sudor, Señor/los protestantes solo exigen sus derechos.”. Nunca la huelga de los obreros pudo manifestarse antes de modo tan jocundo en la voz de un poeta. Juan Desdicha lo logró. El Filólogo Hispanista Manuel Felipe Álvarez Galeano fue quien condecoró de sana crítica crítica el prólogo de esta obra.
“Los países devastados, todos saqueados,/ las tierras vendidas al mejor postor,/ no hay aduanas para este ultraje/ ni peaje legalizando tanta corrupción./ Las avaricias matándose entre sí, solas;/ la envidia crece como pan en el trigal,/ desinterés y codicia inundando el continente/ la injusticia no lleva máscaras en este carnaval./ ¡Despiértate América! ¡Despierta ya!” Puede verse aquí el claro sentido americanista citado en la poética de José Martí, Celaya, Víctor Jara o en las mismas venas abiertas de Galeano rasgándose a cada hora un poco más. Lucio Albirosa viene a ser la canción anunciada mucho antes de que Andinia fuere llamada América por los colonizadores, podría ser el Esquilo escribiendo en la maratónica guerra contra los persas o cualquier poeta escribiendo entre espadas y la sangre caída en los campos de batalla embellecidos en la lírica de Homero; puede ser un minúsculo en la historia de Heródoto o lo nunca vencido en las tragedias de Eurípides. Todo puede ser y sin embargo nada de ello pareciere importarle al joven residente en Maipú, Mendoza. Él sigue escribiendo como si el ayer no hubiese transcurrido y el hoy le es un escenario impoluto arrancado a la desgracia e imprescindible espina a pisar para llegar a mañana.
Para ahondar más en la saga sin cese de la prosa en filo, hace escaso tiempo, Lucio Albirosa publicó “La venganza del olvido” (Ediciones Huentota, octubre 2019) y allí la voz del siglo careció nuevamente de todo pronunciamiento.
Grandioso y concreto. También tiene mucho de Miguel Hernández este argentino a la hora de cerrar cada poesía.