Planeta, noviembre 2019
En La furia y los colores, El Gran Wyoming nos sorprende con un retrato generacional no exento de alertas políticas, música y rebeldía.
«Los nacidos en los cincuenta fuimos adolescentes en medios de una dictadura que nos sumía en la Edad Media mientras que la psicodelia nos catapultaba al futuro. Vivíamos sumergidos en el pánico, atisbando el paraíso, entre la represión y la solidaridad. Somos la generación que buscaba la salida de la sima siguiendo los rayos de luz que se filtraban desde el exterior para guiarnos hacia la libertad.»
He aquí una peculiar historia de la España de la Transición contada por quien fue un médico melenudo sin pelos en la lengua. El tipo que cambió el estetoscopio por la guitarra y medio siglo después sigue en las mismas. Ir a la universidad del tardofranquismo era toda una aventura.
José Miguel terminaba los estudios y se echaba al mundo. El médico en prácticas acabaría recetando sexo, rebeldía y rock & roll a cuanto humano se le pusiese por delante. Porque, en 1975, Wyoming ya era Wyoming. Lo fue en la era jipi como lo es el tiempo de los millennials, en Ámsterdam igual que en Prosperidad. El extranjero como metáfora de libertad y la farándula como alternativa para llevar una existencia en tecnicolor. Con esos recursos, José Miguel descubrirá un sendero que cambiará su destino para siempre.
La furia y los colores es a la vez un libro de memorias y un genial desahogo panfletario, al estilo de No estamos locos. En sus páginas hay un feroz retrato de la Transición, de las contradicciones entre la España heredera de la dictadura y la que despertaba a la modernidad de los ochenta. Las drogas, el sexo y la música se mezclan con la política y la lucha por encontrar su lugar profesional, su sitio en la vida
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