Caligrama, julio 2022
La duda de Emilio Moya: el genial thriller de giros inesperados y de final diseñado «para que o sea a gusto de todos»
El físico Emilio Moya llama la atención en el concurrido mercado editorial con una obra difícilmente clasificable, donde mezcla con enorme ingenio varios géneros narrativos.
En el actual panorama del mercado editorial, donde las novedades se suceden a ritmo de vértigo, no resulta nada fácil llamar la atención de la crítica especializada. Por eso es tan meritorio lo que parece que tiene en su mano Emilio Moya (Bogarre, Granada, 1973). Este apasionado profesor de Física, Química y Matemáticas ha encontrado por fin tiempo para dedicarle a la escritura, y vaya si lo ha celebrado la inquieta Editorial Caligrama, que no ha dudado ni un segundo en poner en el mercado La duda, una novela que puede ser catalogada como thriller, pero habría que puntualizar que se trata de uno fuera de lo ordinario. Y en la diferencia puede estribar la posibilidad del éxito y de sorprender a los lectores. Por algo, el autor ha querido puntualizar que el sorprendente final de su obra ha sido cocinado «para que no sea a gusto de todos».
Nos encontramos ante un libro que es capaz, casi de forma simultánea, de hacer reír y llorar al mismo tiempo mediante una narración que es un tobogán de emociones. Muy sólidamente escrita, nos habla de una mujer misteriosa y unas, únicamente en apariencia, inocentes notas que despiertan en el genial personaje de Lorenzo una inquietud que ya daba por enterrada en una vida plana y sin motivaciones, más allá del simple paso de los días. La tragicomedia que supone desear vivir de una manera más elevada y brillante, los choques con la descarnada realidad y los insospechados giros en la trama arman una obra sencillamente deslumbrante.
Echemos, si les parece, un vistazo al interior de sus páginas para descubrir un poco más… siempre sin caer en la oscura tentación del conocido spoiler: «El gimnasio era bastante pequeño y pobre en cuanto a decoración: algunas que otras fotografías con los rostros de grandes maestros del kárate y alguna alegoría o símbolo referente a este arte marcial. Tenía un pequeño mostrador justo a la entrada que daba paso a una sala que parecía más amplia de lo que era gracias a unos espejos adheridos a las paredes; el suelo del centro de la sala estaba cubierto por un deteriorado tatami de color azul». No caben dudas: estamos ante un diamante en bruto, ante un autor que sabe escribir muy bien, con gran calidad e ironía.
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