Contraluz, mayo 2023
Intensidad, aventura y descubrimientos organolépticos en El cocinero de Luis Cerezo. Ambientada en el siglo XVI, narra las aventuras y desventuras de Alvar de Mondragón Cepeda hasta convertirse en maestro de cocina.
Alvar Mondragón Cepeda queda huérfano con tan solo cinco años. A pesar de su corta experiencia vital, se ve obligado a echarse a los caminos en busca de alimento y compañía. No lo tendrá fácil, no se lo pondrán fácil. Con un estilo propio, y perfectamente documentado, El cocinero nos transporta al corazón de Valladolid en pleno siglo XVI: Descubrimientos, corrupción, intrigas, florecimiento cultural y ambiciones quijotescas. “Conecta con nuestra realidad actual y ha definido lo que somos. Siempre pensé que escribiría sobre un espadachín, pero me di cuenta de que mi héroe favorito no tenía caballo ni espada, sino cucharón”, asegura Luis Cerezo, autor de esta obra, premio Ciudad de Alcalá de narrativa.
Curioso, hambriento y audaz, nuestro protagonista se ve obligado a huir una y otra vez, siempre hacía adelante y siempre de un peligro mayor que el anterior. “Pienso que comencé la historia de Alvar desde sus inicios, porque los niños ven todo sin prejuicios. Esa mirada inocente es esencial para contar lo que imaginas porque es la única forma de que una obra cobre vida”. Tras mucho caminar, recae en la cocina de un monasterio, en Sahagún, dónde aprenderá el oficio de cocinero y recordará las enseñanzas de su madre a este respecto. Alvar tiene el don de la hipermnesia, o incapacidad de olvidar, de modo que todo lo que oye o ve queda grabado en su memoria. Este privilegio, que servirá para salvarle la vida en más de una ocasión, también colmará sus noches de pesadumbre.
Alvar inicia su andadura en las montañas al norte de la cordillera cantábrica. Un paisaje salvaje donde las especies dominantes eran el oso y el lobo. En sus faldas hay lugares que aún guardan leyendas, sobre aquelarres y seres mágicos. Caminos que unían aldeas entonces enfrentadas con frecuencia, en guerras señoriales. La miseria era lo habitual, y la economía era de subsistencia. Llegando a la llanura, Alvar encuentra los caminos de Castilla donde la ley ahorcaba al pie del camino, debido a que estaban llenos de salteadores. Desemboca en las calles de Valladolid, donde se casaron en secreto los Reyes Católicos, murió Cristóbal Colón en la miseria, acudiría Magallanes a hacer las capitulaciones, viviría Cervantes, y conseguiría el privilegio para realizar la primera impresión del Quijote.
Salvando las diferencias, El cocinero puede recordar a El perfume, de Patrick Süskind, en cuanto al tratamiento de los aspectos sensoriales, que son una parte fundamental de la narración. En este aspecto, el autor se define como “shintoista”, y afirma que su intención es “tratar el alimento como parte del universo químico que somos todos, matemático, teológico, incluso”. También puede recordar al Lazarillo de Tormes por la conexión de ambos con la picaresca. “El Lazarillo es un personaje al que aprecio mucho. A pesar de los castigos de la vida, mantiene su bondad inherente, solo al final de su vida se vuelve más frío y escéptico. Es difícil, cuando has recibido golpes, mantener intacta el alma”, explica Luis Cerezo.
El cocinero cuenta con una esmerada documentación y un exhaustivo cuidado de los detalles. El autor ha indagado en recetarios, cuadernos de medicina, de alquimia, incluso en tratados de magia. “En esa época la cocina, como cualquier artificio humano, estaba íntimamente ligada a la especulación y, por lo tanto, a hechicería”, asegura Cerezo, quien define este proceso como una “odisea”, que también ha contado con la generosa colaboración de expertos maravillosos, “pues quería ser fiel a la época, al lenguaje, a los personajes reales que aparecen en toda la trama, así como a la cocina de la época, e incluso a que mis fantasías gastronómicas no fueran sencillamente locuras imposibles”. Para revisar las recetas reales, y detectar las fantásticas, Luis Cerezo ha contado con la inestimable colaboración del maestro Juan Mari Arzak; Alfonso Rodríguez Grajera, catedrático en Historia Moderna y Julián Clemente Ramos, catedrático de Historia Medieval, realizaron una revisión para asegurar la coherencia histórica; Antonio Salvador Plans, catedrático de Lengua Española, “me ayudó a detectar errores con mi aproximación a las expresiones de la época y Antonio Gázquez Ortiz, un gastrónomo que ha escrito muchísimos tratados interesantes, revisó mis recreaciones de los platos renacentistas”. “Todos colaboraron desinteresadamente, y siento por ellos un inmenso agradecimiento”, concluye el autor de El cocinero.
Luis Cerezo es músico, cineasta y escritor. Estudió artes y oficios en la escuela Massana y música clásica en el Liceo de Barcelona. Comenzó su carrera profesional en el mundo del jazz a los quince años, tocando la batería. Fundó Cinelibre (2006), plataforma de producción alternativa inspirada en el cine de guerrilla, y redactó un manifiesto que promueve la autoría en solitario de guion, dirección, fotografía, música y montaje. Según dichas pautas, filmó tres largometrajes con micropresupuesto, piezas que, junto a su obra documental, han sido estrenadas en Madrid, Montreal, Bogotá, Varsovia y Shanghái.
En 2015 publicó su primera novela, Eo, y en 2019 le siguió Estigia. El cocinero recibió el premio «Ciudad de Alcalá» de narrativa.
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